
Era un domingo asqueroso en sus primeras horas con sabor a cigarro y chelas de acompañantes desconocidos de una noche anterior, de miles de noches anteriores. Habia ido a recoger a mis progenitores para el desayuno respectivo de cada primer domingo, de cada mes. Las calles de mi ex barrio exclamaban sus brillantes cambios en mis pasos pausados, el olor a quinua recien cocinada, pan con camote y caldo de gallina se mezclaban con mi perfume barato que una esposa abnegada con los vueltos del mercado pudo comprar.
Llevaba un cafarena que me tapaba la mitad de la cara, y unos enormes lentes oscuros que cubrian la otra mitad, Frio de mierda, caminaba y maldecia, mientras mis manos se hundian más y más en los bolsillos de mi pantalón. La neblina y el desgano me jodian las ganas de levantar la mirada, tal vez para evitar el saludo a un vecino o simplemente para contemplar esos exquisitos zapatos marrones que recien me habia autoregalado.
Y ahi venia ella, tan vieja, tan encorbada, tan cagada; La edad y el tiempo, sabios enemigos de la felcidad, le habian quitado toda la dureza de sus años mozos, los menos hermosos, un saco cubría su debil cuerpo y sus pasos envejecidos trataban de sacarme algún recuerdo nostalgico. La Señorita Virginia. Licenciada en Literatura. Vieja de mierda.
Ni me reconoció. 12 años despues. Lentes oscuros. Zapatos nuevos. Vieja de mierda.
Me quedé parado mientras pasaba su oxidada existencia por mi costado derecho, miré hacia el cielo para luego terminar observando como se alejaba de mi, aquel cuerpo sextogenario, Cogi mis lentes oscuros que solo eran un dispositivo de distracción ya que me paseaba por un invernal setiembre, me los acomodé y seguí mi rumbo.
La Señorita Virginia fue la castigadora linguista de mis años secundarios en el colegio nacional Nº 138 "Proceres de la independencia", Hitler de los puntos y las comas, Pinochet de las obras literarias, Hugo Chavez de los periodicos murales de cada mes, con sus perfectos castigos "extiende la mano" a reglazo limpio, su cabello en una perfecta cola de caballo, sus enormes caderas de solterona por los 50; sí, la tia ya habia vestido todos los santos y los no tan santos, la arrechura del profe de karate al querer levantarse tremendo lomazo, que su única muestra de cariño era un buenas tardes y una volteada de cara impresionate que dejaba aún más huevon al bigoton del profe. Alguien por ahí dijo que la vió sonreir, pero era imposible ella no sabia lo que era la risa, eso se convirtió en una leyenda urbana.
La señorita Virginia o La Tia Tombo, como astutamente bautizó su servidor, me llevó a la oficina del director una vez, cuando con Jesus Chauca, el Muelas, inventamos el juego "tirate a mi hermana" que consistia en una suerte de jueguito escrito en un papel y que la Tomba llegó a leer. Señor Chamaya me puede explicar que significa "Quiero Tirarme a tu hermana hasta que mi leche le salga por las narices". Toda una verguenza para la familia.
La Señorita Virginia es una de las causas por las cuales uno nunca extrañaria volver a las aulas, aunque verla asi de chiquita y terminada sólo me dejo un sabor de agradecerle en mi mente por darse la paciencia de querer enseñar a este mozalvete su nutrida y complicada profesión.